A pesar de la relativa
afinidad cultural que existe entre Ana Pastor y Rafael Correa, la valoración
social que recibe el diminutivo en las variedades del español que habla cada
uno es completamente diferente. Incluso dentro de España, el significado social
del diminutivo varía de unas zonas a otras. Ana Pastor es natural de Madrid,
por lo tanto, su variedad es la del castellano peninsular central. El
expresidente Correa nació en Guayaquil (Ecuador), por lo que su variedad es la
andina costeña. Entre estas variedades hay numerosas diferencias fónicas,
morfosintácticas y léxicas. Por consiguiente, no es de extrañar que pueda
producirse un error pragmático como, de hecho, sucede en este caso.
Para que un intercambio
comunicativo intercultural tenga éxito los hablantes deben ajustarse a pautas
de interacción diferentes de las propias. La entrevista se desarrolla en un
programa de televisión en España, por lo tanto, es Rafael Correa quien debería
tener en cuenta las posibles diferencias entre su comportamiento verbal y el de
la entrevistadora. Cada cultura posee unos esquemas representacionales de la
realidad que configuran unos patrones de conducta concretos que, si no se
cumplen, pueden provocar una sensación de descortesía intencionada (aunque se
trate de un error involuntario). En este caso, se ha producido un choque entre
diferentes marcos de conocimiento que ha originado un error de tipo
sociolingüístico, ya que Rafael Correa ha utilizado una forma de tratamiento
inapropiada para el contexto en el que se desarrolla la entrevista. El error
pragmático de Rafael Correa es interpretado por Ana Pastor como una ofensa
deliberada. La periodista siente que su imagen pública se ha visto dañada y
amenazada. No considera que el expresidente ecuatoriano haya cometido un error involuntario,
sino que juzga su conducta como un comportamiento malintencionado y descortés.
Desde otro punto de vista,
siguiendo el modelo de Ardnt y Janney, este error pragmático no se trataría de
un problema referido a la cortesía social sino más bien al tacto, que es la
necesidad de salvaguardar la propia imagen y no dañar la del interlocutor (el
concepto de tacto coincide con lo que para Brown y Levinson es la cortesía).
Tener tacto es ser diplomático, no herir los sentimientos del destinatario y
mostrar interés por sus asuntos. El error de Rafael Correa podría considerarse,
según este enfoque, una falta de tacto hacia su interlocutora.
Cuando
Ana Pastor confiesa que no está acostumbrada ni a responder preguntas ni a que
la llamen Anita, Rafael Correa le pregunta cómo se llama y cómo le dicen.
Parece ser, por tanto, que el expresidente ecuatoriano no es consciente (al
menos no aparentemente) del error pragmático cometido.
Cuando
se produce un error pragmático, el receptor (en este caso, la periodista) suele
tratar de cooperar para inferir la verdadera intención de su interlocutor.
Pero, para ello, debe creer que el error ha sido involuntario y que se ha
producido por el choque entre las culturas. No obstante, en esta situación, Ana
Pastor interpreta que el presidente Correa lo ha hecho queriendo, es decir, que
ha utilizado el diminutivo a sabiendas de que provocaría malestar en la
periodista. El error pragmático no se supera porque los interlocutores no
llevan a cabo la totalidad de los pasos señalados por Hernández Sacristán. Ana
Pastor debería «aplicar al máximo el criterio de cooperación para inferir
que la intención de su interlocutor no era la de errar en esos
términos»[1]. Para
superar un error pragmático el receptor debe hacer un esfuerzo de comprensión y
cooperación que no se produce en este caso, ya que Ana Pastor ni entiende que
su interlocutor ha cometido un error, ni supera la amenaza producida a su imagen
social, ni corrige o exculpa el error (pasos dos, tres y cuatro,
respectivamente, de la superación del error pragmático según Hernández
Sacristán).
Rafael
Correa tampoco contribuye a remendar la interferencia pragmática que ha
cometido. Ser cortés implica evitar el conflicto con el interlocutor y, en este
caso, cuando el expresidente ecuatoriano percibe el enfado de la periodista, no
pone en práctica ningún mecanismo que ayude a mitigar el impacto negativo
recibido por la destinataria. Podría haber llevado a cabo lo que Leech define
como acción cordial, es decir, un enunciado de apoyo o mejoría de la relación
social.
El
uso del diminutivo tiene distinta consideración social en las variedades del
español que usa cada interlocutor (lo cual refleja que los errores pragmáticos
se pueden producir no solo entre hablantes de lenguas diferentes sino entre
hablantes de una misma lengua, es decir, en intercambios intraidiomáticos). En
Ecuador, el uso del diminutivo no conlleva un sentimiento de depreciación o disminución,
sino que, más bien, se corresponde con un sentimiento de ternura. Amado Alonso
defendió esta postura cuando afirmó que el diminutivo no solo tiene la función
de disminuir, sino que, de hecho, esta es su función menos frecuente. «Alonso
subraya la afectividad, y da primacía a los valores activos, emocionales y
estilísticos del diminutivo»[2]. En
efecto, en Ecuador, muchos nombres se usan de manera corriente en diminutivo,
sin que esto suponga una desvalorización de la persona. Algunos ejemplos de
ello son mujeres ecuatorianas como Anita Priscela Velástegui Ramos (militar, una
de las tres primeras mujeres en la historia de Ecuador en haber alcanzado el
título de 'Coronel de Estado Mayor de Servicio' de las Fuerzas Armadas) o Anita Krainer (Doctora
en Filosofía y profesora investigadora experta en sociolingüística, apasionada,
precisamente, por la temática de la interculturalidad). Los derivados formados
por sufijos apreciativos son mucho más numerosos en las variedades americanas
que en las españolas. De hecho, aplican el diminutivo a palabras de cualquier
categoría gramatical (impensable e incorrecto para los españoles), como verbos
(Pasan el día hablandito), o lo usan por duplicado (hermanitico).
En
España, por el contrario, aplicar el diminutivo a un nombre de mujer no solo se
entiende como una depreciación de su persona, sino que puede tener una
implicatura machista. Ana Pastor puede inferir que Rafael Correa, por ser
hombre, se cree más fuerte que ella y con derecho a despreciarla como
profesional por el mero hecho de ser mujer. Hay que tener en cuenta que, en los
últimos años, uno de los problemas que preocupan a la sociedad española es la
violencia de género, lo cual ha incrementado las reivindicaciones feministas. La
consecución de la igualdad total entre hombres y mujeres es una meta que se han
propuesto los gobiernos socialistas en el s. XXI, lo cual los ha llevado a
crear hasta en dos ocasiones un Ministerio de Igualdad (existió entre 2008 y
2010 y, actualmente, desde enero de 2020).
Por
todo ello, que un hombre llame ‘Anita’ a una periodista en la televisión
pública española parece ser un paso atrás en todo lo que se ha avanzado en los
últimos años con respecto a la igualdad entre hombres y mujeres. Pero ¿se
ofende Ana Pastor únicamente por esto o hay otras razones, no tan explícitas,
que molestan a la periodista?
Llama
la atención que, como se puede apreciar en el minuto 0:29 del siguiente vídeo, Ana
Pastor ni se inmute cuando el actor español Antonio Banderas la llama también
‘Anita’:
Los
factores extralingüísticos de esta entrevista y de la otra realizada a Rafael
Correa son idénticos: es la misma periodista conversando con un hombre que
habla una variedad del español distinta de la suya (la de Antonio Banderas es
la meridional andaluza) y, en un momento de la entrevista, él la llama ‘Anita’.
¿Por qué Ana Pastor no se ofende, ni siquiera se detiene, cuando esto sucede? Habría
que estudiar qué otros factores extralingüísticos inciden en la distancia
social existente entre Ana Pastor y Rafael Correa, por un lado, y entre la
misma periodista y Antonio Banderas, pero, aunque resulta interesante y
tentador, es un trabajo que excede mis pretensiones. Lo que queda claro es que
Ana Pastor considera que su imagen se ve dañada cuando Rafael Correa la llama
‘Anita’ y que la cortesía, en este caso, no se consigue, pues esta depende de
que ambos interlocutores consideren preservadas sus respectivas imágenes. Para
mantener la cortesía es imprescindible conocer las normas que impone la cultura
de nuestro interlocutor, por lo tanto, hay que adquirir una destreza que solo
se consigue mediante la socialización. Ser cortés no es una cualidad natural
sino una habilidad que hay aprender. Queda demostrado, igualmente, que los
mecanismos de cortesía no son universales.
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