"Un hombre pasa con un pan al
hombro
¿Voy a escribir, después, sobre
mi doble?
Otro se sienta, ráscase, extrae
un piojo de su axila, mátalo
¿Con qué valor hablar del
psicoanálisis?
Otro ha entrado en mi pecho con
un palo en la mano
¿Hablar luego de Sócrates al
médico?
Un cojo pasa dando el brazo a
un niño
¿Voy, después, a leer a André
Bretón?
Otro tiembla de frío, tose,
escupe sangre
¿Cabrá aludir jamás al Yo
profundo?
Otro busca en el fango huesos,
cáscaras
¿Cómo escribir, después del
infinito?
Un albañil cae de un techo,
muere y ya no almuerza
¿Innovar, luego, el tropo, la
metáfora?
Un comerciante roba un gramo en
el peso a un cliente
¿Hablar, después, de cuarta
dimensión?
Un banquero falsea su balance
¿Con qué cara llorar en el
teatro?
Un paria duerme con el pie a la
espalda
¿Hablar, después, a nadie de
Picasso?
Alguien va en un entierro
sollozando
¿Cómo luego ingresar a la
Academia?
Alguien limpia un fusil en su
cocina
¿Con qué valor hablar del más
allá?
Alguien pasa contando con sus
dedos
¿Cómo hablar del no-yó sin dar
un grito?"
El poema está escrito en dos planos: enunciativo e interrogativo. En cada uno
de ellos, Vallejo nos presenta un mundo bien diferenciado: en el enunciativo,
el mundo real, tangible, el de las miserias humanas; en el interrogativo, una
serie de preguntas metafísicas (la mayoría sin respuesta) que sacan al lector
de esa visión concreta de miseria que los versos impares provocan.
El poema está envuelto en un
halo de pesimismo, un mirar al suelo constante en el que las preguntas nos
hacen alzar la vista al cielo momentáneamente para preguntarnos si esta es la
realidad que queremos. Vallejo no responde a ninguna de esas preguntas de
manera explícita pero ellas, en sí mismas, son la respuesta. Podemos deducir
esta respuesta en dos vertientes.
Por una parte, el arte y la
filosofía son el medio por el cual el ser humano puede evadirse de sus
demonios. Es cierto que son esos demonios los que nos hacen humanos, que
lloramos y temblamos, que tosemos y escupimos, que robamos y falseamos, que
matamos y morimos. Pero también somos arte y filosofía, esperanza y
conocimiento, todos tenemos un Yo profundo y, a la vez, un no-yó, pues
dejaremos de existir en algún momento. Y esta interpretación nos ofrece una
percepción de la realidad pesimista pero con una puerta abierta a la esperanza.
Por otra parte, podemos
entender el poema como una negación del arte a través del propio arte, esto es,
a través de la poesía sin los recursos que se consideran anexos a la misma
(recordemos que no hace uso de adjetivos). Una negación del arte y de la
filosofía, una denuncia de su falta de utilidad pues, ¿de qué puede servirnos
hablar de Sócrates cuando lo que necesitamos en realidad es un médico? Vallejo
nos presenta a una serie de personajes en situaciones desagradables que hacen
replantear al lector si, en esos momentos, sirven de algo el arte o la
filosofía.
Sea cual fuere nuestra
interpretación del poema, está claro que el tema del mismo gira en torno al
enfrentamiento entre la vida terrenal del hombre y su vida espiritual interior.
La segunda puede hacernos sobrellevar la primera o, por el contrario, puede
hacer que nos demos cuenta de que la realidad es tan cruel que no sirve de nada
escribir, hablar de Sócrates, de Picasso o del más allá, leer a André Breton o
innovar en poesía.
Me ha encantado, ¡enhorabuena!
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