Querer no sé lo que querrán, lo que sí te puedo decir es que deberían
tener más respeto y un poquito más de consideración, que hasta el mismo Mario
tú lo estás viendo, y de sobras sé que es muy joven, pero una vez que se
tuerce, ¿puedes decirme quién le endereza? Los malos ejemplos, cariño, que no
me canso de repetírtelo, y no es que vaya a decir ahora que Mario sea un caso
perdido, ni mucho menos, que a su manera es cariñoso, pero no me digas cómo se
pone cada vez que habla, si se le salen los ojos de las órbitas, con las
"patrioterías" y los "fariseísmos", que el día que le oí
defender el Estado laico casi me desmayo, Mario, palabra, que hasta ahí
podíamos llegar. Desde luego, la Universidad no les prueba a estos chicos,
desengáñate, les meten muchas ideas raras allí, por mucho que digáis, que mamá,
que en paz descanse, ponía el dedo en la llaga, "la instrucción, en el
Colegio; la educación, en casa", que a mamá, no es porque yo lo diga, no
se le iba una. Pero tú les das demasiadas alas a los niños, Mario, y con los
niños hay que ser inflexibles, que aunque de momento les duela, a la larga lo
agradecen. Mira Mario, veintidós años y todo el día de Dios leyendo o pensando,
y leer y pensar es malo, cariño, convéncete, y sus amigos ídem de lienzo, que
me dan miedo, la verdad. No nos engañemos, Mario, pero la mayor parte de los
chicos son hoy medio rojos, que yo no sé lo que les pasa, tienen la cabeza
loca, llena de ideas estrambóticas sobre la libertad y el diálogo y esas cosas
de que hablan ellos. ¡Dios mío, hace unos años, acuérdate! Ahora no le hables a
un muchacho de la guerra, Mario, y ya sé que la guerra es horrible, cariño,
pero al fin y al cabo es oficio de valientes, que de los españoles dirán que
hemos sido guerreros, pero no nos ha ido tan mal me parece a mí, que no hay
país en el mundo que nos llegue a los talones, ya le oyes a papá,
"máquinas, no; pero valores espirituales y decencia para exportar". Y
tocante a valores religiosos, tres cuartos de lo mismo, Mario, que somos los
más católicos del mundo y los más buenos, que hasta el Papa lo dijo.
Localización del texto
Este fragmento pertenece a la novela Cinco
horas con Mario de Miguel Delibes. El texto propuesto está extraído del
tercer capítulo de esta obra publicada en 1966.
Entre 1950 y principios de los años 60,
los escritores españoles habían desarrollado una literatura de compromiso
social en dos vertientes. Por una parte, la tendencia objetivista abogó por la
desaparición de la figura del narrador y el protagonismo del diálogo entre los
personajes para que el lector se involucrara así en la novela y extrajera sus
propias conclusiones. Por otra parte, un grupo de autores emprendió una crítica
social más explícita.
Cuando Delibes publicó Cinco horas
con Mario, la tendencia realista descrita anteriormente ya se había
agotado. Por el contrario, una etapa experimental liderada por Martín Santos y
su obra Tiempo de silencio había dado comienzo. A diferencia del realismo, esta nueva
tendencia adoptó el recurso del narrador omnisciente en primera persona quien,
a través del monólogo, muestra directamente sus pensamientos, estableciendo así
puentes entre la narración y la realidad. Más que los temas (que siguieron
siendo, en general, los mismos que en la década anterior) esta tendencia buscó
la renovación de la estructura de la novela, como se puede apreciar en el tratamiento
que harán estos autores del tiempo narrativo. En el caso de Cinco horas con Mario, este es un
recurso llamativo pues la acción transcurre en las horas en las que Carmen vela
el cadáver de su marido. No obstante, su monólogo narra años de vida junto a su
esposo, por lo que, en su discurso aparentemente monótono y reiterativo, se
amontonan multitud de recuerdos, vivencias, ideas y reflexiones.
Delibes, que fue doctor en Derecho, catedrático en Historia del
Comercio y director del diario El Norte de
Castilla, había ganado diversos premios antes de publicar la novela Cinco horas con Mario. El galardón más
destacado fue el Premio Nadal, otorgado en 1948 por su obra La sombra del ciprés es alargada. A
partir de la década de los años 50, sus obras fueron desarrollando un carácter
más crítico, que fue manifestándose progresivamente en sus novelas. Cinco horas con Mario es una muestra de
ello pues, como veremos posteriormente, en ella retrata el estado de España en
los años 60, un país dividido en dos bandos, en el que uno reprime y domina al
otro.
Tema y estructura del texto
La novela está construida sobre dos
grandes temas o, mejor dicho, ideologías. Por una parte, Carmen se posiciona
como clara defensora de los valores del régimen franquista. En su monólogo
repite constantemente la desgracia que para ella supone carecer de un coche,
modelo "Seiscientos", pues el resto de ciudadanos de clase media alta
del país lo tienen. La alusión al "Seiscientos" parece irrelevante y
superficial hasta el final de la obra, donde este argumento servirá de
justificación para la confesión que le hace al cadáver de Mario. Carmen da
cuentas de lo que para ella ha sido una vida insatisfecha, pues la vida junto a
su marido no ha sido como a ella le habría gustado. Su deseo de que los demás
la vean como una señora acomodada se ha visto frustrado por el carácter más
austero e intelectual de su marido.
En lo que respecta a Mario, conocemos
su carácter y sus acciones a través de las palabras de Carmen, quien trata de
ridiculizar a su marido repasando momentos de su vida que, para ella, fueron
bochornosos porque no se ajustaron a los cánones de comportamiento aceptados en
la sociedad conservadora de los años 60.
De este texto se desprenden algunos de
los pensamientos de Mario, como son la defensa del Estado laico, la importancia
de la educación universitaria para hombres y mujeres, la necesidad de leer para
poder pensar con claridad, la libertad de expresión que él mismo manifestaba
escribiendo en un periódico... Por su parte, Carmen deja claro que, por encima
de esas "ideas estrambóticas", los españoles destacamos por ser
"guerreros", pues la guerra "es oficio de valientes", y por
ser "los más católicos del mundo y los más buenos".
Carmen es, por tanto, el testimonio de
la España de los vencedores, aquellos que consideraron la guerra civil como una
cruzada del régimen franquista ("yo lo pasé divinamente en la
guerra", confiesa la protagonista). Para el colectivo que representa el
personaje de Carmen, la situación del país en los años 60 es inmejorable y no
debe modificarse: los pobres deben seguir siendo pobres y las oportunidades de
ascenso y reconocimiento deben estar reservadas a los ricos. Las clases deben
ser respetadas y, dentro de ellas, la mujer debe siempre adoptar un papel sumiso
y dependiente del hombre.
La otra España está ejemplificada en la
figura del fallecido, quien es recordado por sus ideas progresistas y su afán
de mejorar la situación escribiendo en El Correo, ayudando a presos, no
aceptando sobornos, denunciando injusticias, animando a su hija a que continúe
sus estudios... Al final de la novela, comprobamos que su hijo Mario es
heredero de sus ideas y que personas como él serán las que lleven a España al
periodo de transición que conducirá hacia la democracia.
Estilo literario del texto
Este texto está escrito en forma de
monólogo, como casi la totalidad de la novela (a excepción del comienzo y del
final). Más que un texto narrativo, su carácter es más bien teatral y, a pesar
de contar con un solo personaje con voz propia, Mario es tratado más como un
interlocutor que como un receptor pasivo. De hecho, de la información que
Carmen nos proporciona sobre su marido, el lector puede intuir qué respondería
este de estar vivo.
El habla de su protagonista es
totalmente coloquial, podemos imaginarnos a esta señora de mediana edad
enfrascada en un discurso que no ha sido ordenado previamente, por lo que
cuenta con saltos constantes, tanto en el tiempo como en el espacio. Asimismo,
no hay puntos y aparte y el texto se estructura en largas oraciones
yuxtapuestas. Es un perfecto retrato de una mujer de clase media alta de los
años 60.
Por las palabras de Carmen no solo
conocemos a Mario, sino también al resto de los personajes que intervienen
indirectamente en la novela. En este fragmento podemos encontrar las voces de
su madre ("mamá, que en paz descanse, ponía el dedo en la llaga [...] a
mamá, no es porque yo lo diga, no se le iba una") y su padre ("ya le
oyes a papá, máquinas, no; pero valores espirituales y decencia para
exportar").
Otro rasgo estilístico destacable es la alternancia entre los
tipos de letras. Al comienzo de la novela se muestra la esquela de Mario y,
seguidamente, cada capítulo comienza con un breve fragmento de la Biblia en
cursiva.
Valoración
Si Carmen basa su monólogo en un tono de
reproche e incomprensión constante es porque desea preparar y justificar la
confesión que hace al final de la novela. El hecho que la hace sentir culpable
y que necesita comunicar a su marido antes de que sea demasiado tarde (aunque,
en realidad, ya lo es) es la infidelidad que ha cometido con Paco, un amigo de
su juventud que reaparece en su vida poco antes de la muerte de Mario.
Es por esto por lo que Carmen ha
detallado momentos insatisfactorios de su matrimonio con Mario, pues desea
justificar de alguna manera que se haya visto prácticamente obligada a caer en
los brazos del hombre que sí encarna los ideales que ella siempre ha admirado.
Paco le fascina porque posee las cualidades que ella atribuye a su modelo de
hombre, cualidades tan externas y superficiales como la posesión de un coche,
la apariencia física, las heridas de guerra o el olor a tabaco rubio.
Por parte de Mario, Carmen afirma que
las únicas mujeres que le encuentran interesante son su cuñada Encarna (viuda
de su hermano Elviro) y Esther (una amiga). De hecho, Carmen insinúa que Mario
le fue infiel con Encarna, aunque no tiene pruebas de ello, para que su
infidelidad no resulte escandalosa sino, más bien, natural. Carmen trata de
excusarse, diciendo que "yo no puse nada de mi parte [...] estaba como
hipnotizada [...] aquel olor entre de colonia y de tabaco rubio, que trastorna
a cualquiera [...] yo solo te quiero a ti, no hace falta que te lo diga, pero
estaba como atontada [...] me decía [...] que a saber qué tienen mis pechos, yo
qué le voy a hacer". Se disculpa diciendo que "aunque hubiese hecho
algo malo no era yo [...] Paco me besó y me abrazó, lo reconozco, pero de ahí
no pasó". Las cinco horas con Mario suponen un acto de redención para
Carmen: "tienes que creerme, es mi última oportunidad [...] para mí el que
me perdones es cuestión de vida o muerte".
El lector llega a empatizar con el
estado de culpabilidad de Carmen hasta que sale a relucir, de nuevo, su
hipocresía: "Al fin y al cabo, si a su tiempo me compras un Seiscientos,
ni Tiburones ni Tiburonas" (Tiburón es el modelo de coche de Paco) [...] si
yo tengo un Seiscientos, ni Paco ni Paca".
Cinco horas con Mario es la larga justificación de una viuda para que su fallecido esposo le
perdone un desliz que ella no se permite a sí misma según sus valores
conservadores. La infidelidad es encuadrada en el contexto de un matrimonio
infeliz y satisfactorio que ha desembocado insalvablemente en el engaño de la
mujer hacia su esposo, por no complacerla como ella deseaba.
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