La Guerra Civil tuvo un enorme impacto
en la cultura de nuestro país, provocando que perdiéramos a destacados
artistas, algunos cruelmente ejecutados y otros obligados a exiliarse. Entre
estos últimos podemos citar a autores de la talla de Rafael Alberti, Juan Ramón
Jiménez, Pedro Salinas, Jorge Guillén... Para dar voz a este nutrido grupo he
seleccionado un texto de León Felipe que, desde México, resume el sentir de aquellos
escritores que sufrieron el dolor de lo que acontecía en su patria. En El
hacha, Felipe arremete contra el bando español al que responsabiliza de la
catástrofe (un hacha antigua, / indestructible y destructora, / que se
volvió y se vuelve / contra tu misma carne) y denuncia que los enemigos son
los propios hijos de España (tu hijo blande el hacha / sobre su propio
hermano. / Tu enemigo es tu sangre / y el barro de tu choza.). Este texto
puede encontrarse en la página 190 del manual señalado en el enunciado.
La producción poética que se desarrolló
en nuestro país en la posguerra puede dividirse en varias etapas. En primer
lugar, podemos acotar el periodo transcurrido entre 1939 y 1950, en el que
destacaron lo que Dámaso Alonso denominó poesía arraigada y poesía
desarraigada.
La poesía arraigada (practicada por
autores que se agruparon en la llamada generación del 36) era la dominante y
defendía el arraigo personal, es decir, el amor, la familia y la religión como
valores primordiales. Se manifestó a través de revistas como Escorial (perteneciente
a la Falange) y Garcilaso (creada por el centenario de este poeta).
Entre sus autores podemos citar a Luis Rosales, Rafael Morales y Leopoldo
Panero. De este último he extraído el texto Escrito a cada instante (página
241), en el que resalta el carácter religioso (Para inventar a Dios, nuestra
palabra / busca, dentro del pecho, / su propia semejanza y no la encuentra [...]
otra vez ciegamente desde dentro / va a pronunciar Su nombre [...] Tus
hijos somos, / aunque jamás sepamos / decirte la palabra exacta y Tuya).
Por otra parte, la poesía desarraigada
hacía alusión a aquella que planteaba disconformidad con la situación de España
en aquel momento. Sus textos plagados de dolor y desesperanza se publicaron en
la revista Espadaña, que fue fundada por Crémer y Nora. Sin duda, la
obra que mejor ejemplifica los rasgos de esta tendencia es Hijos de la ira,
de Dámaso Alonso. Sus versículos pueden leerse a partir de la página 238 del
manual y algunos son tan llamativos como los siguientes: pero vosotros no
podéis vivir, vosotros no vivís: vosotros sois. [...] Sólo allí donde
hay muerte puede existir la vida.
Además de estas dos corrientes
contrapuestas, entre 1939 y 1950 aparecieron movimientos de vanguardia como el
Postismo y el Grupo Cántico.
La siguiente etapa que señalaré será la
comprendida entre 1950 y 1970. En ella podemos distinguir una poesía social
(desarrollada por los integrantes de la generación del 50) y una poesía del
conocimiento (propulsada por autores pertenecientes a la generación del 60).
La poesía social estaba encaminada a
cambiar la realidad, dirigiéndose a la mayoría de la población con un lenguaje
asequible, aunque sin dejar de lado la elaboración literaria. Su principal
preocupación era el tema de España, ese que ya había aparecido en poemas de
Machado. El paso del yo al nosotros (propio de este tipo de poesía) se hace
latente en obras como Pido la paz y la palabra de Blas de Otero y Cantos
íberos de Gabriel Celaya. De este último autor he escogido La poesía es
una arma cargada de futuro (página 273), texto en el que se defiende el uso
social de la poesía (Poesía para el pobre, poesía necesaria [...] Maldigo
la poesía de quien no toma partido hasta mancharse) y se denuncia aquella
usada con finalidad recreativa por las élites (la poesía no puede ser sin
pecado un adorno [...] Maldigo la poesía concebida como un lujo /
cultural por los neutrales / que, lavándose las manos, se desentienden y
evaden.)
La poesía del conocimiento supuso una
superación del realismo social descrito anteriormente. Sus autores no habían
participado activamente en la Guerra Civil, por lo que sus intereses eran
distintos de los de la generación del 50 y se vuelve a pasar de lo colectivo a
lo individual. Una de sus contribuciones fue la introducción en la poesía del
lenguaje conversacional y sus temas más recurrentes fueron el tiempo, el amor o
la amistad, siempre desde una mirada escéptica. Entre autores como Francisco
Brines, José Ángel Valente o Claudio Rodríguez se erigió la figura de Ángel
González. En Sin esperanza, con convencimiento describe un mes de
diciembre cualquiera en un lenguaje asequible (Diciembre vino así, como lo
cuento / aquel año de gracia del que hablo). En estos versos puede
observarse cómo el foco de atención del poeta no es ya la denuncia social (como
hacía la generación anterior) sino la descripción del instante vivido de manera
individual (un mediodía sin sol, / un mediodía / de pájaros ocultos y
apagados / ruidos [...] de mañanas de sol, de tardes tibias / que por el
aire se sucedían lentas / como globos brillantes y solemnes).
Pasar a la década de los años 70 supone
hablar de grupos como los Novísimos, agrupados bajo ese nombre por Castellet en
su Antología. Estos autores representaron el puente cultural con los
ismos de los años 20, pues recurrieron al ilogicismo, al azar y a los experimentos
visuales en sus poemas. Sus influencias fueron poetas españoles como Cernuda o
Aleixandre pero también se nutrieron de la cultura norteamericana, ya fuera de
su música (Armstrong, Dylan), del cine (hermanos Marx, Marilyn) o de
acontecimientos que tuvieron lugar en los Estados Unidos. Entre los Novísimos
podemos citar a Pere Gimferrer, Guillermo Carnero y Leopoldo María Panero. De
este último he escogido el texto Así se fundó Carnaby Street (página
344), en el que recurre a imágenes surrealistas como en la siguiente
descripción: [...] pañuelos que se pierden en el horizonte, / risas que
palidecen, rostros que caen sin peso sobre la / hierba húmeda, donde las arañas
tejen ahora sus azules / telas.
Contra los Novísimos surgieron una
serie de poetas que preferían la descripción de experiencias íntimas o
cotidianas (aunque se valían de algunos recursos del lenguaje de los
Novísimos). En esta tendencia destaca Luis García Montero y su poesía de la
experiencia, la cual se interesa por las vivencias cotidianas. Algunos de sus
poemas parecen crónicas urbanas similares a Diario de un poeta recién casado
de Juan Ramón Jiménez o Poeta en Nueva York de García Lorca. En los
poemas de Montero aparecen a menudo objetos o acciones que no eran considerados
poéticos, como podemos ver en Problemas de geografía personal (Nunca
sé despedirme de ti, porque no soy / el viajero que cruza por la gente, / el
que va de aeropuerto en aeropuerto / o el que mira los coches, en dirección
contraria, / corriendo a la ciudad / en la que acabas de quedarte).
Por último, en los últimos años algunos
poetas, no atraídos por las ideas de los Novísimos ni de otras corrientes, han
protagonizado una vuelta a la poesía y estrofas clásicas y se han dejado llevar
por la influencia romántica o barroca. Antonio Carvajal, Antonio Colinas,
Jenaro Talens o Luis Alberto de Cuenca son buenos exponentes de este estilo
poético. La vuelta a lo clásico es tan evidente que autores como Cuenca han
escrito sonetos, como el que aparece en la página 346 del manual: A la
entrada de un valle, en un desierto / do nadie atravesaba ni se vía, / vi que
con extrañeza un can hacía / extremos de dolor con desconcierto: / ahora suelta
el llanto al cielo abierto, / hora va rastreando por la vía; / camina, vuelve,
para y todavía / quedaba desmayado como muerto.
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