El latín presentaba
variación diatópica, diacrónica, diastrática y diafásica. La variación
diacrónica establece cinco etapas del latín: arcaico, preclásico, clásico,
postclásico y tardío (podríamos añadir dos más: medieval y humanístico). Las
variaciones diastrática y diafásica son las más interesantes para los
romanistas debido a que las lenguas románicas no proceden del latín clásico (en
el que escribían los grandes autores) sino del latín hablado, comúnmente
denominado latín vulgar. Herman
define esta variedad como un “conjunto de innovaciones y tendencias evolutivas
[…] no influidas o poco influidas por la enseñanza escolar y los modelos
literarios”. Al tratarse de una variedad hablada, no existen textos escritos
que sirvan como fuente ni posibilidad de describir su gramática. No obstante,
algunos textos latinos dan cuenta de su existencia reflejando vulgarismos o
recreando el habla de la gente llana, como hace el Satiricón de Petronio. También son muy valiosas las inscripciones
halladas por todo el orbe romano, sobre todo en tumbas. Estos epitafios
muestran numerosos rasgos evolutivos del latín como la pérdida de -m final, la monoptongación de AE >
E, asimilaciones, desaparición del elemento yod… Los gramáticos, por su parte,
también daban cuenta de los errores que cometían los hablantes de latín. La
obra más destacada en este aspecto es el Appendix
Probi, una lista de errores añadida por Probo al final de su gramática.
El latín vulgar tenía,
por tanto, unas características específicas que lo diferenciaban del latín
clásico. En cuanto a la fonética, las más importante eran las que afectaban al
sistema vocálico y al acento. En latín clásico existían diez vocales que se
distinguían mediante una oposición basada en la cantidad. El latín vulgar
contenía siete vocales, pues la distinción de las vocales se basaba en el grado
de abertura: e y o breves del latín clásico se transformaron en e y o abiertas
(respectivamente) en latín vulgar. Estas vocales, junto con las otras cinco,
conforman el sistema vocálico del románico común, que es el más difundido entre
las lenguas romances. En cuanto al acento, en latín clásico este era tonal
mientras que en latín vulgar se convirtió en acento de intensidad. Las vocales
acentuadas se comenzaron a pronunciar con mayor energía provocando la
desaparición de muchas vocales átonas y la formación de diptongos provenientes
de hiatos. Este último fenómeno propició la aparición de nuevos fonemas
palatales como /ʎ/ o /ɲ/.
En cuanto a la
morfosintaxis, en latín clásico existían cinco declinaciones, seis casos y tres
géneros que fueron reducidos en latín vulgar (los casos se han perdido en las lenguas
románicas excepto en rumano, en el que se mantienen tres). Las conjugaciones de
los verbos (cuatro en latín clásico) también se redujeron (a tres) y las voces
deponente y pasiva desaparecieron quedando solo la voz activa. Con respecto al
orden de palabras, aunque en latín clásico era libre, este tenía preferencia
por el esquema Sujeto – Objeto – Verbo, mientras que las lenguas romances
siguen el esquema Sujeto – Verbo – Objeto.
En cuanto al léxico,
muchas palabras fueron reemplazadas por otros términos más populares y otras
directamente dejaron de usarse para evitar posibles homofonías.
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