A
finales del s. XIX y comienzos del XX, una reacción antirromántica reinaba en
toda Europa. Fruto de este rechazo a todo lo producido anteriormente nacen
multitud de tendencias que afectarían a Falla. Era la época de Debussy y su
impresionismo, Stravinsky y los ballets rusos, el florecimiento de la música
nacional rusa, la ruptura con la tonalidad de Schönberg…
Música española
Para
Falla, la música que hacían los compositores españoles de su época, era profundamente
nacional, a pesar de que la crítica se empeñara en denunciar lo contrario. Pero
lo que el compositor gaditano condenaba era que los modelos de ese nacionalismo
fueran extraídos de música extranjera. Puso de ejemplo, para demostrar este
fenómeno, a la zarzuela, que para él no era “más que un calco de la ópera italiana”.[1]
De
la zarzuela, el único autor que Falla admiraba era Barbieri, debido a sus
composiciones El barberillo de Lavapiés y
Pan y toros, aunque de él también
critica su necesidad de acudir a los procedimientos musicales italianos. Y es
que para Falla, la zarzuela carecía preparación técnica y se basaba en la
ejecución fácil (debido a que sus autores perseguían fines no artísticos).
Falla
defendía el uso de los cantos populares y, de éstos, decía que importaba más el
espíritu que la letra. Por ello, se nutrió del folclore del pueblo oyendo las
llamadas “orquestas populares”, que en cada región estaban formadas por los
instrumentos característicos, siendo las guitarras, los palillos y los panderos
los que influenciaron a Falla.
Con respecto a la
música sinfónica, a comienzos del s. XX se produjo un glorioso florecimiento,
destacando la figura de Albéniz sobre los demás compositores. Pero para Falla,
el músico que demostró con sus obras cuál debía ser el carácter puramente
nacional fue su maestro Felipe Pedrell (del que hablaremos más adelante).
- Enrique Granados: De él, Falla
destacó su obra Goyescas. En
abril de 1916, en el artículo que publicó sobre él en la Revista Musical
Hispanoamericana, Falla trató de elevar la figura de Granados, ya que lo
consideraba un músico ilustre y de excepcional talento.
- Claude Debussy: Hay que incluir al
compositor francés en el apartado de música española porque Falla habla de
él como el músico que mejor comprendió y expresó la esencia del folclore
ibérico. Decía de él que, a pesar de no conocer España, creaba espontáneamente
música española, sobre todo evocando a Andalucía. Esto se puede ver en su
obra Iberia, en la que Debussy
lo que pretendió fue traducir en música las impresiones que le despertaba
España.
Falla resalta la figura de este compositor francés ya que de él la música española se ha beneficiado enormemente:
“Debussy ha completado lo que el maestro Felipe Pedrell nos había ya revelado de riquezas modales contenidas en nuestra música”.[2]
Para Falla, España está en deuda con Debussy.
- Felipe Pedrell: El homenaje que
realiza Falla a su maestro consiste en colocar la figura de Pedrell en el
lugar que merece, en el de “erudito-artista”. Y es que el compositor
gaditano debe sus raíces musicales a su profesor, junto, claro está, con
Debussy.
La fidelidad que mostró siempre hacia él se puede ver en el ensayo que realizó cuando estaba componiendo El Retablo de Maese Pedro. En él, habla de Pedrell como el camino a seguir por todos los músicos de generaciones futuras, ya que él enumeró las condiciones indispensables a la nacionalización artística.
Gracias a su antología Hispaniae Schola Musica Sacra, Pedrell logró despertar en el extranjero interés por el repertorio español. Pero a pesar de su alta significación dentro de nuestro arte contemporáneo, gracias a obras como Los Pirineos, La Celestina, El conde arnau o el Cancionero Popular Español, entre otras, fue víctima de la incomprensión en su país. En 1904, por motivos de salud se trasladó de Madrid a Barcelona, lo que le hizo perder su puesto en la Real Academia de Bellas Artes, ya que ésta exigía que sus académicos residieran en la capital, aunque llegó a hacer alguna excepción y no fue en el caso de Pedrell. El Teatro Real de Madrid, por su parte, tampoco mostró demasiada hospitalidad con el músico catalán. A pesar de todo ello, Pedrell obtuvo no pocas satisfacciones en España, gracias a sus discípulos Albéniz, Granados, Millet, Vives, Pérez Casas o Gerhard, quienes siguieron sus doctrinas y su ejemplo.
La gran contrariedad que siempre halló Pedrell fue el hecho de que se le considerara músico teórico antes que compositor:
“A mí no se me ha hecho justicia ni en Cataluña ni en el resto de España…; a mí se me ha querido rebajar constantemente, diciendo que yo era un gran crítico y un gran historiador, pero no un buen compositor. Y no es así: yo soy un buen compositor”.[3]
No
podemos terminar este breve recorrido por la música española bajo la mirada de
Falla sin hablar de la orquesta que más le influyó. Ésta fue la Orquesta Bética de Cámara, cuyo
origen fue el estreno de El Retablo de
Maese Pedro. Por tanto, esta orquesta se creó bajo la sugerencia y supervisión
de Manuel de Falla en Sevilla, quien la denominó “orquesta de lujo”, ya que sus
integrantes eran solistas de primer nivel.
Música francesa
Para
hablar de la música de Francia, Falla tomó como excusa el libro publicado por
G. Jean-Aubry, que recogió las tendencias de nuestro país vecino.
Falla
reconocía la diversidad estética de Francia, de la que decía tenía una multitud
de admirables compositores con procedimientos radicalmente opuestos entre
ellos.
Para
Falla, César Franck no debía ser considerado músico francés, no sólo porque no
lo fuera (era belga), sino porque su estética no coincide con el verdadero
espíritu francés. Aún así, Franck ejerció una gran influencia en la música
francesa, influencia que fue contrarrestada por Debussy y sus seguidores. Falla,
además destaca a Paul Dukas, Maurice Ravel, Florent Schmitt y Gabriel Fauré.
Adolfo
Salazar fue quien tradujo el libro de G. Jean-Aubry al español y a él también
dedicó Falla unas palabras de agradecimiento.
La
música francesa supuso para Falla una fuente de inspiración, llegando a afirmar
que la producción española le debía mucho.
- Maurice Ravel: el último ensayo que Falla escribió fue sobre su amigo Maurice Ravel. En él trató de reflejar la parte más humana del compositor francés, ya que siempre se le veía como artificioso, cuando siempre había carecido de vanidad alguna. Quizás se dio esa visión de Ravel porque tanto él como Falla escribieron su obra en un periodo en el que se exigía que las composiciones fueran trascendentales y sus autores ambiciosos. Pero nada más lejos de la realidad.
Para
Falla, Ravel, más que el enfant terrible,
fue un niño prodigio. En contra de lo que la crítica de la época solía
argumentar, su música estaba cargada de emoción para Falla, gracias a las
sonoridades que el francés obtenía mediante sus procedimientos de escritura.
El
compositor gaditano conoció de cerca a Ravel cuando viajó a París, a través de
Ricardo Viñes. Cuando escuchó su Rapsodia
halló en ella un sorprendente carácter español que luego encontró respuesta en
el origen vasco de su madre, con la que Falla mantenía asiduas conversaciones
en español.
Fue
así, al conocerlo de cerca, cuando Falla descubrió la sensibilidad de su
carácter:
“Quien lo ha visto en los trances supremos de
la vida, no puede dudar de la fuerza emotiva de su espíritu. Nunca olvidaré
hasta qué punto se me manifestó cuando, gravemente enfermo su padre, hube de
acompañarle en forzada peregrinación por París, ni cómo, de regreso en su casa,
viendo perdida toda humana esperanza, me rogó con angustiosa urgencia que
buscase a nuestro (también, por desgracia, desaparecido) el abate Petit para
que asistiera cristianamente al moribundo”.[4]
Falla,
pues, sintió una inmensa pena ante la pérdida de su amigo francés, lamentándose
por todos los proyectos que le quedaron por hacer. En su música, afirmaba, se
guardaba la parte más bella de su alma.
Música
rusa
Falla mantuvo
numerosos contactos con artistas y músicos rusos. Una larga amistad le unió con
Stravinsky, además de una relación profesional con Diáguilev, gracias a la cual
surgió El sombrero de tres picos.
El interés del
compositor español por la música rusa se debió al ambiente del París de
aquellos años, un período en el que se interpretaron muchas obras rusas y en el
que tuvieron lugar los históricos estrenos de los Ballets Rusos de Diáguilev,
de obras de Mussorgsky (Boris Godunov en 1908) o Stravinsky (La
Consagración de la Primavera en 1913) entre otras.
En esta época,
Falla estudiaba las obras de Glinka, Rimsky Korsakov, Mussorgsky, etc, y a
menudo mantenía correspondencia con ellos. También mantuvo una estrecha
relación con el director de teatro ruso Vladimir Alekséyev. Falla y él se
conocieron en París en 1914, después del gran éxito de los primeros estrenos de
La vida breve. Fue
entonces cuando surgió la idea de presentar La vida breve en Rusia en
traducción rusa, idea que a Falla le gustó. Alekséyev, entonces, hizo grandes esfuerzos
para que los teatros rusos se interesasen por esa ópera. Se la recomendó a
diferentes directores de teatro, entre ellos a Bogoliubov, director del Teatro Mariinsky;
al director y cantante Sanin, a los pintores teatrales Korovin y Golovín y al
director de orquesta Daniil Pojitónov.
“Ayer
toqué la ópera de Falla a Golovín. Le ha entusiasmado todo. Tuve que repetir la
interpretación de las danzas. También asistieron jóvenes artistas y bailarinas
de nuestra compañía. Todos se mostraron admirados por la frescura de la música
y sus alabanzas
reforzaron
el entusiasmo de Golovín”.[5]
Al recibir la
noticia del creciente éxito de su obra, Falla expresó su más ferviente
admiración por la música rusa:
“Ud.
Sabe, señor Alekséyev, cuánto admiro el nuevo arte musical de su país; desde mi
punto de vista en el momento actual Rusia y Francia son las dos grandes y
únicas potencias musicales de
Europa.
Por eso repito que para mí es una gran alegría saber que se ha decidido
representar mi obra en el Teatro Imperial Mariinsky junto con la admirable Pepita Jiménez de mi genial
compatriota, ya fallecido, Albéniz”.[6]
“Ya
conozco la bella música del Príncipe Igor,
que he oído en París durante las actuaciones de los Ballets Rusos. Me ha sorprendido la similitud que he descubierto
entre esta música y las
canciones populares andaluzas”.[7]
Gracias a esta
idea, ocho años después Falla escribiría el artículo sobre el cante jondo en el
que habló sobre analogías históricas y tipológicas de esa música y trazó
paralelismos entre tradiciones tan diferentes.
El estreno de La
vida breve tendría lugar en Moscú en 1928, en el Teatro Musical de
Nemiróvich-Dánchenko. Su fecha inicial de estreno era, en principio, 1918, en
el Teatro Mariinski de Petersburgo, pero no llegó a celebrarse debido a los
acontecimientos históricos y la revolución rusa de 1917. Hay un documento muy
curioso que refleja la dura realidad de la vida cultural y teatral de aquella época.
Es la Resolución
del redactor político, un documento imprescindible para la dirección del
teatro, y sin el cual la compañía no podía iniciar los preparativos de la
representación:
“El
argumento es una historia de amor. "Ella" está enamorada de él,
"Él" finge estar enamorado de ella, pero la engaña y se casa con
otra. "Ella" muere. Es inofensivo ideológicamente. Desconozco la
música. En cambio sí conozco a Falla, compositor español de gran
talento.
La autorizo.”[8]
El director
teatral de La vida breve fue Nemiróvich-Dánchenko, quien lo cambió todo.
Por ejemplo, pasó de llamarse La vida breve a ser Chica de barrio.
Nemiróvich se concentró en la idea de la autenticidad del sufrimiento humano en
la protagonista. Él quería conservar todo lo humano y suprimir todos los
cánones operísticos tradicionales.
La
historia del estreno de La vida breve es
un claro ejemplo del gran interés del público ruso por la obra del compositor
español.
·
Igor Stravinsky:
Para Falla, la música de Stravinsky era un constante desafío. Su tratamiento de
los timbres le parecía magistral, ya que manejaba la orquesta de una forma totalmente
inédita:
“En ella conserva cada instrumento todo su valor sonoro y expresivo y los mismos de cuerda sólo se usan como timbres autónomos y nunca en masa. La fuerza dinámica queda reservada a aquellos instrumentos que la poseen por sí mismos: las trompetas, los trombones y los timbales, por ejemplo”.[9]
Falla resaltó dos cualidades primordiales en la música de Stravinsky: su carácter nacional rítmico y melódico y la conquista de nuevas sonoridades, y ponía estas características de ejemplo a seguir por los compositores españoles, ya que los rusos (Glinka y Rimsky-Korsakov) fueron los primeros en hacer música española.
“En ella conserva cada instrumento todo su valor sonoro y expresivo y los mismos de cuerda sólo se usan como timbres autónomos y nunca en masa. La fuerza dinámica queda reservada a aquellos instrumentos que la poseen por sí mismos: las trompetas, los trombones y los timbales, por ejemplo”.[9]
Falla resaltó dos cualidades primordiales en la música de Stravinsky: su carácter nacional rítmico y melódico y la conquista de nuevas sonoridades, y ponía estas características de ejemplo a seguir por los compositores españoles, ya que los rusos (Glinka y Rimsky-Korsakov) fueron los primeros en hacer música española.
Otros compositores importantes
·
Johannes
Brahms: De Brahms afirmó que la música sería exactamente igual si él no hubiera
existido, debido a que no realizó ninguna innovación. Reconocía la belleza de
sus obras, que podían llegar a emocionar al oyente, pero su desaprobación al
compositor alemán se podía ver en párrafos como el siguiente:
“hay momentos en que uno respira con satisfacción al oírla (la música de Brahms), pero desgraciadamente, surge de pronto algo (divagación tonal; “artificio” melódico; fórmulas de “profondeur”, etc, etc) que no sólo le corta a uno la respiración iniciada, sino que (y esto es lo peor) le desentiende a uno en absoluto de lo que está oyendo”.[10]
“hay momentos en que uno respira con satisfacción al oírla (la música de Brahms), pero desgraciadamente, surge de pronto algo (divagación tonal; “artificio” melódico; fórmulas de “profondeur”, etc, etc) que no sólo le corta a uno la respiración iniciada, sino que (y esto es lo peor) le desentiende a uno en absoluto de lo que está oyendo”.[10]
·
Richard
Wagner: Quizás debido a la reacción antiwagneriana que vivió Falla, el músico
gaditano no sentía especial predilección por este compositor.
Para Falla, el atonalismo de la escuela vienesa era una consecuencia de la música de Wagner y él, junto con Stravinsky (cada uno a su manera), siempre proclamó el principio de la tonalidad.
En la obra del compositor alemán, Falla encontraba el claro ejemplo en una música que alterna aciertos y errores. Estos errores eran:
Para Falla, el atonalismo de la escuela vienesa era una consecuencia de la música de Wagner y él, junto con Stravinsky (cada uno a su manera), siempre proclamó el principio de la tonalidad.
En la obra del compositor alemán, Falla encontraba el claro ejemplo en una música que alterna aciertos y errores. Estos errores eran:
o Su forma de componer obedeciendo impulsos
o egoísmos:
“Siempre que me hallo ante la música de Wagner procuro olvidar a su autor. Nunca he sabido soportar su vanidad altanera ni aquel empeño de encarnar en sus personajes dramáticos. Se creyó Sigfrido, y Tristán, y Walther, y hasta Lohengrin y Parsifal”.[11]
“Siempre que me hallo ante la música de Wagner procuro olvidar a su autor. Nunca he sabido soportar su vanidad altanera ni aquel empeño de encarnar en sus personajes dramáticos. Se creyó Sigfrido, y Tristán, y Walther, y hasta Lohengrin y Parsifal”.[11]
o Excesiva predilección por su creación
literaria: debido a esto, surgió su melodía infinita, concepto con el que Falla
no congeniaba.
o Constante inestabilidad: debido al abuso
del cromatismo y de las modulaciones enarmónicas, la atención del oyente se
aparta de lo que está escuchando. Para Falla, esta inestabilidad llegaba a
resultar molesta.
o Aparente complejidad.
o Disimulo de las dos únicas formas modales
(mayor y menor).
A
pesar de todos estos “fallos” que el compositor gaditano encontraba en las
partituras de Wagner, lo consideraba un gran músico, del que decía había sido
maltratado por sus contemporáneos y las generaciones siguientes, ya que, o era
idolatrado o negado por completo. Y es que para Falla, las obras de Wagner
perdieron la garra que pretendía darles su compositor:
“las obras del glorioso músico viven por sí
mismas y gracias a la fuerza del genio que las creó, pero sin la significación
de anuncio profético que él pretendió darles”.[12]
También
reconocía diversas cualidades en su música, como el uso excelente que hace del
cromatismo en su Tristán e Isolda, su
facilidad para unir texto y música, su magistral desarrollo motívico o el uso
de los cánones en la obertura de Los
Maestros Cantores. Falla defendía el hecho de tomar a Wagner como ejemplo
en estas cuestiones. Para él, la obra más emblemática del alemán era Parsifal.
Como
persona, Falla admiraba de Wagner la labor que realizó a favor del teatro
musical. Decía de él que nunca fue avaro y se sacrificó por el arte:
“Es
cierto que buscaba el oro incesantemente, pero sólo para ponerlo al servicio de
sus nobles
fines
artísticos o de sus menos nobles fines humanos: jamás para sepultarlo”.[13]
[1]
DE FALLA, Manuel. "Escritos sobre música y
músicos". Artículo publicado por la revista Música. (Madrid, junio de 1917).
[2] DE
FALLA, Manuel. "Escritos
sobre música y músicos". Artículo publicado por la revista Revue Musicale. (París,
diciembre de 1920).
[3] DE FALLA, Manuel. "Escritos sobre música y músicos". Testimonio
de Felipe Pedrell recogido por Manuel de Falla en el artículo publicado por la
revista Revue Musicale.
(París, febrero de 1923).
[4] DE FALLA, Manuel. "Escritos sobre música y músicos". Notas sobre
Ravel (A Roland Manuel y Maurice Delage) publicadas por la revista Isla. (Jerez de la Frontera, septiembre de
1939).
[6] Carta de M.de Falla a V.Alekséyev
del 18 de mayo de 1916.
[7] Carta de M.de Falla a
V.Alekséyev del 14 de julio de 1914.
[8] Texto de resolución del redactor político
firmado por Nikolái Róslavez (compositor ruso). Moscú, 17 de mayo de 1928
[9] DE FALLA, Manuel. "Escritos sobre música y músicos". Artículo
publicado por la revista La Tribuna.
(Madrid, junio de 1916).
[10] DE FALLA, Manuel. "Escritos sobre música y músicos". Carta a
Darío Pérez en respuesta a su artículo del 7 de octubre de 1929 en La Libertad (9 de
octubre de 1929).
[11] DE FALLA, Manuel. "Escritos sobre música y músicos”. Artículo
publicado por la revista Cruz y Raya (Madrid, septiembre de 1933).
[12] DE FALLA, Manuel. "Escritos sobre música y músicos”. Artículo
publicado por la revista Cruz y Raya (Madrid, septiembre de 1933).
[13] DE FALLA, Manuel. "Escritos sobre música y músicos”. Artículo
publicado por la revista Cruz y Raya (Madrid, septiembre de 1933).
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