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La responsabilidad del artista (Jean Clair)


La responsabilidad a la que alude Jean Clair en su obra es, en un principio, política. No obstante, más adelante comprobaremos que esta responsabilidad se extiende a las funciones del arte en general.Políticamente, se presupone que el arte ha estado siempre de parte de la democracia. En cambio, el planteamiento del arte moderno ya es de por sí dictatorial, pues alude a las virtudes de la insumisión desde un estricto catecismo. Este fanatismo desemboca en la figura de un artista que no tiene que responder ante nada ni nadie, que se organiza en torno a círculos selectos de genios con el poder de manipular a las masas.En este trabajo, Clair desarticula la inmunidad de la que ha gozado desde sus inicios la vanguardia.
Los conceptos de modernidad y vanguardia
El concepto de moderno (modernus) se usaba ya en el s. VI y hacía alusión a lo propio del modo o lo justo. No se refería a lo que viene, sino a lo que es acorde con el momento presente, lo que se ajusta a la era actual. Sería en 1830 cuando el término cambiara para aplicarse solo a lo nuevo y lo venidero.
Baudelaire decía que la modernidad es solo la mitad del arte, que la otra mitad es lo eterno, que no hay que caer en el júbilo por lo que llegará sino ser consciente de la fugacidad. La historia del arte no es sino la sucesión de artistas precedidos por otros artistas. Existe, por tanto, un principio de crecimiento que se anuló en el momento de la creación del genio. Así, el romanticismo y las Luces instauraron la ley de que un avance racional anulaba los anteriores, privándose al arte de su necesaria relación con la memoria. La vanguardia nació como prolongación y agotamiento del romanticismo y ligada a la ideología del progreso de las Luces.
El pintor de vanguardia se convertía así en investigador experimental y omnipotente, dotándose a la vanguardia artística de la clave del desarrollo de las formas.
El arte nazi
La ideología nacionalsocialista se apropió de numerosas ideas de la vanguardia y las desvió hacia sus propios fines. Aunque no se nutrió solo de la vanguardia, ya que el grabado de Durero El caballero, la Muerte y el Diablo, de 1513, se convirtió en un símbolo en el cual el caballero se correspondía con Hitler.
Retomando el tema de la manipulación que el nazismo hizo de las vanguardias, hay que centrarse en un movimiento concreto: el expresionismo (en Italia fue el futurismo).
En el expresionismo encontró (o quiso encontrar) la esencia "pura" de la germanidad. Las siglas "SS", por citar algún ejemplo de propaganda nazi, se escribían siempre con unos caracteres especiales provenientes de las runas germánicas que, a su vez, estaban relacionadas con el expresionismo. Otros elementos tomados del expresionismo para interés político fueron el cine mudo y la telegrafía. Manipular a las masas a través de lo oculto apelando antes a los sentimientos que a la lógica también tuvo su origen en el arte expresionista, algo que el nazismo también utilizó.
El ministro de Propaganda del Imperio (Goebbels) era defensor de este movimiento y de su mayor representante, Munch. Por ello, este pintor recibió la medalla Goethe de plata a las artes y las ciencias, lo que le convertía en una especie de "superhombre ario". Será en la obra de este pintor en la que centremos la aplicación de la lectura, concretamente, en El grito . El trato favorable del que gozó este pintor tuvo fecha de caducidad cuando Hitler sustituyó a Goebbels por Rosenberg, quien no apoyaba el expresionismo. Munch y otros artistas fueron censurados y tachados de "degenerados". ¿Por qué, entonces, se le había exaltado años antes? En su cuadro El grito se aprecia un horror y un desasosiego indescriptibles que se harían realidad décadas posteriores. El destino de su autor fue parejo al de millones de personas que vieron cómo se aproximaba el terror nazi y aniquilaba todo signo de humanidad. De hecho, poco antes de morir, Munch contempló desde su casa cómo ardía la ciudad por obra y causa de la invasión nazi, a pesar de la resistencia noruega. El "yo" profundo, el desesperado y angustiado ser que pintaba Munch era un recurso infalible de atraer sentimentalmente al pueblo alemán. Lo que este no sabía es que el horror estaba en aquellos que reclamaban su atención y orígenes y que pronto el expresionismo sería desterrado en favor de otro tipo de dominación: la técnica. Esta, de por sí, no debería ser buena ni mala, ello depende del uso que se hiciera de ella. El nazismo hizo, no solo un mal uso de ella, sino que la convertiría en la herramienta que controla la vida e los hombres.
El expresionismo como médium del desastre y la irresponsabilidad de la Bauhaus
Los artistas no son responsables políticos del uso que el nazismo diera de su arte. No se puede, por tanto, acusar al expresionismo de haber provocado el nazismo, sino más bien de haberlo vaticinado.
En cambio, sí que hay artistas a los que se puede acusar de irresponsables y estos son los provenientes de la Bauhaus que, con tal de obtener encargos aceptaron cualquier trabajo que los nazis les encargaron, como por ejemplo, el diseño de planos de las barracas y cámaras de gas de Auschwitz. Que algunos de ellos acabaran siendo exiliados o, peor aún, asesinados, no basta para exonerarles de toda responsabilidad.
A fin de cuentas, el expresionismo era un movimiento contenido que no llamaba a la exteriorización de la violencia, cosa que luego el nazismo desencadenó. Pero el tema de la Bauhaus es diferente porque en ellos sí se produjo un compromiso directo con el nazismo.
Después del horror: en defensa del nacionalismo
Después de la guerra, el arte abstracto pretendió convertirse en el idioma universal, quedando olvidados los artistas, sobre todo pintores, que habían seguido trabajando en la tradición realista. El arte norteamericano fue el modelo en el que se miraron muchos países, siendo Francia el que más lo siguió, y el nacionalismo se convirtió en algo censurable, por lo que exaltar a las naciones jóvenes y a los países del tercer mundo se impuso a cualquier reivindicación local.
El arte abstracto se erigió así como el único arte posible ya que todos los medios de los que hacían uso anteriormente los artistas habían sido contaminados por el nazismo. Se persiguió, por tanto, el puro formalismo y un arte sin vínculos con el pasado. El hombre era culpable del horror y solo era posible un arte deshumanizado, siendo la obra arte por sí misma, con autonomía de objeto. El artífice de este pensamiento fue Clement Greenberg. La diversidad que había en Europa fruto de lo que los siglos habían modelado quedó reducida a un denominador común impuesto por Norteamérica.
Pero la cultura no puede ser la reducción a un idioma universal, no se trata de difundir en masa una obra reescrita para ser mejor comprendida y ser usada como producto de ocio.
El nacionalismo es algo necesario e inherente al artista. Reducir las naciones, las voces, provoca empobrecimiento, desaparición de lenguas y reducción de las infinitas posibilidades artísticas. Norteamérica infundió un minimalismo sin sustancia, produciendo así obras infinitamente reproducibles. El vacío que se produjo en el mundo tras el horror de la Segunda Guerra Mundial se vio contestado con un vacío en la conciencia humana, quedando lugar solo para lo utilitario, rehuyendo la profundidad del sentimiento y el gozo de expresarse. La abstracción era, al fin y al cabo, un método de defensa, la creación de una sociedad sin historia y sin fronteras, eliminando así el concepto de "forastero", que no es sino un símbolo de armonía entre los pueblos.
Esta concepción del arte como abstracción que da lugar a un lenguaje universal se enmascaró con el nombre de "individualismo", pero no es más que un comportamiento conformista. Francia, por ejemplo, abandonó su identidad, optó por no ser ella misma y, mientras Alemania resucitaba el expresionismo, el país galo se inventó una Transvanguardia con raíces en el formalismo. Gran Bretaña, por su parte, sin recurrir al nacionalismo, al menos creó the School of London, en la que se rechazaban los modelos norteamericanos y se volvía a la tradición de la pintura británica con aportaciones del expresionismo. Esto pasó factura a Francia, ya que los inmigrantes escogían antes Londres que París como refugio intelectual. A Jean Clair le duele esta falta de defensa cultural que ejerce su país en la segunda mitad del siglo XX pues priva a Francia de un estilo propio. Acogerse al modelo norteamericano daba una falsa idea del gusto de la sociedad francesa de la época.
Conclusiones: ¿racionalismo o voz propia?
Reivindicar la voz propia de cada cual es inherente al ser humano y el estudio de las lenguas es una forma de demostrarlo. El lenguaje no es solo la manera de expresarnos sino, sobre todo, la regla que impone cómo nos expresamos.
Se sabe que un estilo pictórico ha triunfado si este se ha materializado en algún tipo de arquitectura, cosa que no ha sucedido con los movimientos de vanguardia. La promoción de los movimientos de vanguardia ha servido políticamente como argumento electoral pero el paso del tiempo ha demostrado que eran demasiado débiles como persistir como identidad de alguna nación. La única excepción es la del expresionismo, que ha marcado toda la modernidad.
El arte era, en el Renacimiento, la fusión de lo intelectual y lo sentimental. En nuestra era, la ciencia ha acabado por abandonar al arte y las verdaderas revoluciones formales tienen lugar en laboratorios, no en museos. Ante esto, los pintores han dejado de plantearse los problemas que antes sí lograban resolver mediante la técnica. Estas ideas de perfección se mantienen en otras disciplinas tales como la música o la danza, ¿por qué los pintores se han liberado totalmente de ellas apartándose, además, de cualquier lógica del gusto? Baudelaire afirmaba que las leyes que rigen el arte son el gusto y la lógica. El arte, por tanto, debería reunir saber y sensación y los cuadros abstractos carecen de cualquier tipo de dimensión afectiva, son superficiales y excluyen todo tipo de sorpresa.
La última cuestión planteada por Clair aborda el enfrentamiento entre el expresionismo, en su más puro arraigo nacionalista, y el racionalismo que, en su afán de buscar una lengua universal, arrasa con todas las fronteras. ¿Es posible conciliar ambas corrientes? La conclusión de Jean Clair es que ni una ni otra suponen los caminos que debe tomar el artista. Hay que plegarse ante el lenguaje, no abandonarse a la sinrazón sentimental o al racionalismo extremo. La modernidad, que ha pasado de un punto a otro (desde el sentimentalismo sin razón al predominio de la técnica), ha sido la asesina del hombre, le ha hecho perder su rostro. El arte debe tomar el relevo de nuevo de llamar a las cosas por su nombre, usando la imagen y la palabra justamente.

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