El Bolero nace de la combinación de dos rasgos muy característicos de Ravel: su pereza a la hora de ponerse a escribir y su pasión por marcarse retos y superarlos.
Ravel pensó en orquestar alguno de los números de la Iberia de Isaac Albéniz para cumplir el encargo sin demasiado esfuerzo. Pero Enrique Fernández Arbós tenía la exclusiva para orquestar las obras de Albéniz y Ravel abandonó su proyecto a pesar de que Arbós, informado de que Ravel está trabajando en la Iberia, le cedió generosamente sus derechos.
Ravel no quería componer sino sólo orquestar, y eso es exactamente lo que hace: escribe un único tema y lo repite machaconamente desde el principio al final de la obra sin modificar ni un ápice el ritmo.
La obra demuestra la maestría de Ravel en el arte de la orquestación: el secreto de su partitura no radica en la diversidad temática (de hecho, sólo consta de un tema de dieciséis compases seguido de una variación), sino en los matices con los que el tema es retomado una y otra vez por cada uno de los instrumentos de la orquesta, en un crescendo que termina reuniendo a todos los instrumentos en el máximo de su rendimiento. Mucho se ha comentado sobre el Bolero y su efecto “hipnotizador” o “electrizante”. Lo cierto es que la melodía obsesiva va acumulando tensión, hasta que la partitura sólo puede concluir de una manera: con un fortissimo que produce el efecto de estallido, al cambiar la tonalidad dominante. Pocas obras han logrado una adhesión tan entusiasta en públicos de los más variados ámbitos. Según palabras textuales de Ravel: "El Bolero se trata de una danza con un movimiento muy moderado y uniforme, tanto en la armonía como en el ritmo, este último marcado sin tregua por el tamboril. El único elemento que marca la diversidad corre a cargo del crescendo orquestal (…)".
Un auténtico ejercicio de virtuosismo orquestal cuyo interés reside en la forma en que Ravel combina los diferentes instrumentos, desde el sutil pianissimo del inicio hasta el fortissimo final. Su música de cámara y la escrita para el piano participa también de estas caracterí¬sticas.: el placer hedonista por el color instrumental y una marcada tendencia hacia la austeridad que tenía su reflejo más elocuente en su propia vida, que siempre se desarrolló en soledad, al margen de toda manifestación social, dedicado por entero a la composición. Sus dos conciertos para piano y orquesta, sombrí¬o el primero en re menor, luminoso y extrovertido el segundo en sol mayor, ejemplifican a la perfección este carácter dual de su personalidad.
El Bolero se estrenó como un ballet, en la Ópera de París el 20 de noviembre de 1928 con Ida Rubinstein, pero muy pronto se desprendió de su envoltorio coreográfico para mostrarse con toda su crudeza en las salas de concierto.
Ravel pensó en orquestar alguno de los números de la Iberia de Isaac Albéniz para cumplir el encargo sin demasiado esfuerzo. Pero Enrique Fernández Arbós tenía la exclusiva para orquestar las obras de Albéniz y Ravel abandonó su proyecto a pesar de que Arbós, informado de que Ravel está trabajando en la Iberia, le cedió generosamente sus derechos.
Ravel no quería componer sino sólo orquestar, y eso es exactamente lo que hace: escribe un único tema y lo repite machaconamente desde el principio al final de la obra sin modificar ni un ápice el ritmo.
La obra demuestra la maestría de Ravel en el arte de la orquestación: el secreto de su partitura no radica en la diversidad temática (de hecho, sólo consta de un tema de dieciséis compases seguido de una variación), sino en los matices con los que el tema es retomado una y otra vez por cada uno de los instrumentos de la orquesta, en un crescendo que termina reuniendo a todos los instrumentos en el máximo de su rendimiento. Mucho se ha comentado sobre el Bolero y su efecto “hipnotizador” o “electrizante”. Lo cierto es que la melodía obsesiva va acumulando tensión, hasta que la partitura sólo puede concluir de una manera: con un fortissimo que produce el efecto de estallido, al cambiar la tonalidad dominante. Pocas obras han logrado una adhesión tan entusiasta en públicos de los más variados ámbitos. Según palabras textuales de Ravel: "El Bolero se trata de una danza con un movimiento muy moderado y uniforme, tanto en la armonía como en el ritmo, este último marcado sin tregua por el tamboril. El único elemento que marca la diversidad corre a cargo del crescendo orquestal (…)".
Un auténtico ejercicio de virtuosismo orquestal cuyo interés reside en la forma en que Ravel combina los diferentes instrumentos, desde el sutil pianissimo del inicio hasta el fortissimo final. Su música de cámara y la escrita para el piano participa también de estas caracterí¬sticas.: el placer hedonista por el color instrumental y una marcada tendencia hacia la austeridad que tenía su reflejo más elocuente en su propia vida, que siempre se desarrolló en soledad, al margen de toda manifestación social, dedicado por entero a la composición. Sus dos conciertos para piano y orquesta, sombrí¬o el primero en re menor, luminoso y extrovertido el segundo en sol mayor, ejemplifican a la perfección este carácter dual de su personalidad.
El Bolero se estrenó como un ballet, en la Ópera de París el 20 de noviembre de 1928 con Ida Rubinstein, pero muy pronto se desprendió de su envoltorio coreográfico para mostrarse con toda su crudeza en las salas de concierto.
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